miércoles, 1 de abril de 2009

PASCUA DE RESURRECCIÓN


PASCUA DE RESURRECCIÓN


El primer día de la semana, María Magdalena, al amanecer, fue al sepulcro cuando aún estaba oscuro y vio apartada la losa del sepulcro. Echó a correr y fue a Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (Jn 20,1-9).

“Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117, 1-2).

Para la tradición neotestamentaria y para los Apóstoles, Jesús y su obra no termina en la cruz, sino que inicia un nuevo camino en la Resurrección, el hecho más trascendente de nuestro cristianismo. El Mesías a quien vosotros crucificasteis (Act 2,23) ha resucitado. “La fe en la resurrección nunca puede ser una pura fe de autoridad; supone una experiencia creyente de total renovación de vida en la que se produce la afirmación personal” (J. Blank). El reencuentro con Jesús es lo que únicamente posibilita el fundamento de gracia y de fe.

Varios hechos prueban la fe en la resurrección: Las apariciones a María, a los discípulos, a Tomás, a los de Emaús, el sellado de la piedra y los centinelas de vigilancia ante el sepulcro (Mt 27,62-66) que son, curiosamente, sobornados por los pontífices, soborno significativamente silenciado por muchos autores y por la historia (Mt 28,11-15). Y, en fin, el sepulcro vacío con las vendas tiradas y el sudario ordenado. Llama la atención el hecho de que estas mujeres que habían oído a Cristo decir que al tercer día resucitaría, no se les ocurriese ni, por un instante, pensar en ello: lo matarán y al tercer día resucitará (Mt 16,21; 17,23); debía resucitar de entre los muertos (Jn 20,9). Tal vez, no habían comprendido este anuncio profético del Maestro.

Los cuatro evangelistas indican la existencia y la asistencia de María Magdalena y ninguno dice que fuese una pecadora, sino que la ponen como mujer virtuosa, un modelo de perfección. Su fama de pecadora, a nuestro parecer, se ha debido a identificarla erróneamente, con la pecadora de Lucas 7,36-50. Jesús la había curado librándola de siete demonios, que, en expresión metafórica propia del estilo literario, significa, no que fuera una pecadora, sino que su enfermedad era muy grave, expresada en el número siete que es símbolo de plenitud, de lo que está completo. Parece haber tenido una función destacada entre los discípulos, según distintos textos, canónicos y apócrifos, su significación y ejemplaridad se hacen notables. Es la única que citan los cuatro evangelistas en primer lugar; es a ella a la que primero se aparece Cristo Resucitado y la que lleva la noticia.

Los dos discípulos, tras cerciorarse y comprobar los hechos, volvieron a casa. María Magdalena quedó fuera, junto al sepulcro, llorando…“Mujer, ¿por qué lloras?”, “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20,11-13). Estaba en total soledad al pie del sepulcro, no lograba marcharse, era atraída como por una fuerza ignota y misteriosa. Se han llevado a “mi Señor”, que es como decir, “al dueño de mi vida”. La Magdalena está convencida del robo; se siente despojada, se tiene por expropiada; y, a la vez, se declara absoluta pertenencia de Jesús. El empleo del posesivo “mi”, en su expresión, indica que se considera propiedad y propietaria, sujeto y objeto de posesión. Mi amado es mío y yo soy suya (Cant. 2,16). Amado con amada, amada en el amado transformada, dice S. Juan de la Cruz.

Está completamente sola. Primero llora, después se asoma al monumento, y, al poco, volviéndose, allí de pie, muy cerca, tiene al mismo Jesús, que confunde con el hortelano, sin que Él portara tal apariencia y del modo más natural e ingenuo, llevada por su obsesión, le dice que, si él se lo ha llevado, le diga adónde lo ha puesto, para ella ir a recogerlo. Es entonces cuando oye pronunciar: ¡María! La emisión de su nombre evoca tono y timbre conocidos. Identifica recuerdos. Reconoce a su amigo. Hubo, en esas sílabas, resonancias dulces e íntimas, había sentimientos y añoranzas en aquella voz conocida y familiar. Ella, extasiada en la realidad triunfante, exhala su ¡Rabbuní! Es su expresión de emoción, de reconocimiento y de gozo.

El ímpetu del amor y la alegría de encontrar vivo al que creía muerto, la impele a abrazarlo y a quedar fusionada en el abrazo. Es el instante en que Jesús expresa la famosa exclamación del ¡Noli me tangere! (“No me toques”), que es una mala traducción del griego, Me aptou: “No me retengas más”.

María Magdalena es nombrada Apóstol de los Apóstoles. La envía en función apostólica: anda y di a mis hermanos. Y obediente a la vocación recibida, dejándolo todo (Lc 5,11), fue a decir a los discípulos (Jn 20,18), a anunciarles el mensaje que Jesús le ha dado. El Señor la elige para que sea su mensajera y la divulgadora de la noticia, es la Elegida; y, en su persona, todas las mujeres creyentes, escogidas para altas misiones. Los cuatro evangelios coinciden en que ellas son las destinatarias de las primeras apariciones y los primeros testigos y mensajeras del hecho más trascendente y definitivo de la fe.

La mujer ha recibido del Creador hermosas facultades y potencialidades imprescindibles. El Maestro la sitúa, en su Evangelio, en un lugar de preeminencia. La mujer es elegida -el evangelio de Marcos afirma: se apareció primero resucitado a María Magdalena (Mc 16,9)- en ocasión crucial para el cristianismo y para la historia.

CAMILO VALVERDE MUDARRA

1 comentario:

  1. Muy bueno. Camilo presente en su profundidad, sensibilidad y estilo. Cordialmente. Mercedes Sáenz

    ResponderEliminar