jueves, 2 de abril de 2009



PASCUA

VERDADERA RESURRECCIÓN
LA DE JSESÚS Y LA DE LA FE EN EL

Paolo Ricca, pastor protestante , historiador y teólogo de la Iglesia Valdense


La paradoja de la fe cristiana es que nació en la Pascua.

Aquella "poca fe" (como Jesús mismo la llama más de una vez) nacida en los discípulos antes de la Pascua, murió con la muerte de Jesús.
Resucitó con la Resurrección.

Resucitó en la mañana de Pascua, cuando María Magdalena, con lágrimas cerca del sepulcro, encontró a Jesús sin conocerlo, hasta que no oyó su voz. Solamente allí lo reconoció.

Resucitó la tarde de Pascua, cuando los dos discípulos de Emaús encontraron a Jesús "por el camino" (Lc 24,32), sin reconocerlo hasta que lo vieron partir el pan. Sólo allí lo reconocieron. Pascua es una doble Resurrección: la de Jesús y la de la fe en él.


Pero ¿por qué es una paradoja que la fe cristiana esté fundada propiamente sobre la Resurrección de Jesús - antes que- como sería también posible, sobre su vida, sobre su mensaje, sobre sus obras potentes, o sobre su pasión?

Porque la Resurrección es aquello que, no solamente no puede ser demostrado, o al menos propuesto como hipótesis relativamente plausible (son mucho más plausibles, racionalmente, la doctrina de la inmortalidad del alma, y más aún, aquella de la reencarnación) pero, no puede ser descrito (los evangelios y Pablo anuncian la Resurrección, pero cómo es conocido no la describen) y tanto menos la experimentan (no sabemos bien que cosa sea la muerte, ¿cómo podremos, digo, saber también, solo vagamente, intuir que cosa sea la Resurrección?).


La paradoja de la fe cristiana es que está fundada sobre lo que no se puede demostrar, ni describir, ni experimentar. Ninguna otra religión humana está fundada en la Resurrección.


Esto es lo específico del cristianismo. "El Señor ha resucitado verdaderamente" (Lc 24,34): no aparentemente (esto es, ha resucitado solo en nuestra memoria, en el recuerdo, que queda indeleble): no probablemente (quizá, tal vez sí, tal vez, no); No simbólicamente (la Resurrección como metáfora de las inacabables energías vitales de la naturaleza, del cosmos y también de la humanidad, que siempre reaparecen y en tantos modos se perpetúan).

No, Jesús verdaderamente ha resucitado ¿En qué modo nos desafían la presencia del Resucitado, que vemos (con los ojos del corazón), sin poderlo describir, que encontramos sin poderlo retener, que confesamos sin poderlo demostrar?


Señalaré tres desafíos (pero hay muchos más), una relativo a Dios, uno relativo a la historia humana, y uno relativo a nosotros mismos, a nuestra vida.


En relación a Dios, la presencia del Resucitado revela que Dios no convive con la muerte, no la acepta, no soporta mucho tiempo que los muertos queden muertos (dos noches y un día en el caso de Jesús), por eso resucita "al tercer día", esto es, pronto. En Dios los muertos no están muertos, sino como dice Jesús "todos viven" (Lc 20,38). Dios no es muerte eterna, sino vida eterna, no es Silencio, sino Palabra, no es la Nada, sino el Todo.


En relación a la historia humana, la presencia del Resucitado significa y, por decir así, encarna la certeza, que no se desmorona, de la victoria, no solo final (¡la Resurrección está dentro de nosotros!) de Dios, sobre todas las fuerzas enemigas, del bien y del mal, de la verdad sobre la mentira, de la libertad sobre la opresión, del conocimiento sobre la ignorancia, de la sabiduría sobre la estupidez, del amor sobre el odio, de la mansedumbre sobre la prepotencia, de la dulzura sobre la violencia, de la fuerza de la razón, sobre las razones de la fuerza..


La resurrección no es un sueño desmentido por la realidad, ni una simple luz lejana que ilumina pero no calienta, ni una esperanza demasiado tímida para cambiar algo. La Resurrección es un "potencia" (Fil 3,10), una energía divina que obra en el mundo.


En fin, en la vida de cada uno, la presencia del Resucitado es una fuerza misteriosa y milagrosa, por la cual sucede aquello que el Apóstol Pablo describe en una de sus cartas: somos "desconocidos, y al mismo tiempo siempre vivos, castigados, y sin embargo no llevados a la muerte; tristes, y sin embargo siempre alegres, pobres, sin embargo muy ricos, no teniendo nada, y sin embargo poseemos todo" (2 Cor 6,9-1). En aquel "sin embargo" tantas veces repetido, está toda la fuerza de la Pascua.

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