jueves, 12 de noviembre de 2009




COMPULSIÓN / DESENGAÑO / APLAZAMIENTO


Tuve que hacerlo. Aunque la amé mucho no debía perdonarla. No podía callar e ignorar las miradas hirientes de mis amigos, el silencio de mi madre, la sonrisa triste de mi padre. Todos habrían comprendido si yo hubiera simulado no saber, todos habrían comentado la situación del pobre muchacho cuya mujer lo engañó y no tuvo coraje para darle su merecido. Todos habrían dicho que hice bien, que hoy se vive de otra manera, que ella no merece que pase mi vida en la cárcel. Pero nada hubiera sido igual, nadie me seguiría respetando, todos me tendrían lástima y entre las cuatro paredes de sus hogares se reirían de mí. Por eso, aunque me repugnó, tuve que hacerlo. Ella también me quiso, pero de eso hace ya mucho tiempo. No entendió mi determinación, no creyó en la fuerza que aún me resta. Lo vi en su última mirada: sorpresa, asombro, indignación. Ella fue culpable, ella creyó que podía arrastrar nuestra vida por el barro y salir limpia y pura a buscar otro amor, un nuevo destino. Pero no pensó en mí. ¿Qué creyó que haría yo? ¡No! Ningún futuro, ningún amor ni para mí ni para ella...

* * *

¡Tantos años de vida en común y no lo conozco! En los momentos de tregua, cuando los dolores remiten y pasa el efecto de los sedantes, no puedo hacer otra cosa que pensar. ¿Qué será de él ahora? Desde que comprendí que debía dejarlo, que no podía renunciar a la maternidad por su capricho, que eran mis últimos instantes antes de la aridez de una vida sin hijos, se puso raro: no quería hablar de los asuntos prácticos, no fue a firmar los papeles del divorcio, no le contó a sus padres lo que ocurría. Yo lo veía sentado frente al televisor pero sin ver, ensimismado en sus pensamientos. Creí saber en qué pensaba, supuse, ingenuamente, que reconsideraba la posiblidad que nos planteó el médico. Me alegré al pensar que tal vez pudiéramos seguir juntos y criar a nuestros futuros hijos. Él también hubiera disfrutado de los niños aunque no llevaran sus genes. Cuando se acercó a mi no sospeché nada, no vi el martillo que llevaba en la mano... Siempre supe que era orgulloso, pero no lo creí capaz de anteponer su falso honor a nuestras propias vidas.

* * *

¿Cuántos años tendré que esperar ahora? ¿Cómo es que nadie había previsto este desenlace?¿Será esto la consecuencia del libre albedrío? Decenas de años me obligaron a esperar el momento adecuado... “las personas adecuadas”, me decían. “Debes tener paciencia, siempre aparece la pareja apropiada para cada uno”, y yo en el limbo, tal cuál, sin pensar que algo podría salir mal. Lo que pasó es que ellos no se amaban de verdad: él la queria sólo para sí, y ella no estaba dispuesta a renunciar a sus deseos. Y yo, la víctima inocente de sus terquedades... En adelante, analizaré a los candidatos por mí mismo, no confiaré en ningún cara de ángel. ¡Así tenga que aguantar aquí otros cien años!

© Ester Mann

1 comentario:

  1. Me pasó al leer esto de Ester que convergen en cierta manera las tres palabras del título. Maneja muy bien cada situación, el lector se interna inmediatamente en el personaje. Una vez más, muy bueno Ester. Un abrazo. Merci

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